EL BONITO RIESGO DE LA LECTURA

El equipo de escritor fantasma lo ha dicho en numerosas ocasiones, leer tiene un gran poder. Entre otras cosas, un libro puede generar un contagio que sugiera o imponga cambiar de vida, escapar del mundo o transformar radicalmente la sociedad. Y es que un libro tiene la capacidad de remover el cuerpo, la mente y el mundo. Dice Alfonso Berardinelli que leer es peligroso, y por eso muchos libros han sido prohibidos a lo largo de la historia. La literatura y la lectura pueden ser demasiado ‘reveladoras’, pueden llevarnos a creer que es necesario desordenar lo establecido para luego ordenarlo nuevamente de una forma más útil, más justa, para nosotros y para la sociedad.

Leer es, según cómo se mire, un acto de anarquía. Tal vez por eso exista el escritor fantasma, el que esconde su nombre tras unas palabras potentes que puedan ser juzgadas. Tal vez por eso existan los libros estigmatizados, los lectores secretos.

Hoy en día, con un mundo en caos, parece necesario contagiar lectura y, con ella, la posibilidad de volver a compartir, a analizar, a discutir, a retomar desde nuevos puntos de partida el diálogo con los demás y con la realidad en la que vivimos. Leer hace pensar, hablar, respetar, conocer.

Dicen que hoy se lee más que nunca, pero ¿cuánto de lo que leemos nos hace adentrarnos en esa zona de riesgo de la que habla Berardinelli? Leer puede revelarnos algo de nosotros mismos que no sabíamos, permitiéndonos ponernos en ‘los zapatos del otro’, para interpretar y visualizar mejor nuestra época. ¿Cuánta de la lectura de hoy en día tiene ese poder?  Los libros permiten entrar y salir de las vidas de unos personajes reales o imaginarios que conforman un abanico de posibilidades al que podemos recurrir cada vez que deseamos que nuestra vida sea diferente. A lo largo de la historia los gustos cambian, los géneros literarios, los lectores, las formas de circulación de los libros… Lo que no debería cambiar es el efecto transformador y formador de la lectura. Leer conlleva el riesgo de abrirnos la mente. Qué bonito ¿Verdad?