Isabel Allende la primera señal de autoritarismo
En Escritor Fantasma sabemos que hay vidas que valen por un siglo y otras que recorren todo un siglo. Violeta, protagonista de la última novela de Isabel Allende, a la que da nombre, nació en 1920 y se despide en 2020. Su madre la alumbra cuando la gripe española azota todos los continentes y se va cuando otra pandemia recorre el mundo y los abismos que parecían haber quedado atrás vuelven a emerger delante de nosotros. En medio queda el recorrido vital de una mujer que abre los ojos a la realidad con el crack del 29, que madurará de una forma imprevista para erigirse en un alma sólida que reflejará los destellos y sombras de las distintas épocas que cruzará.
Una evolución, como todas, hechas de amores y desamores, con las muescas que dejan las pérdidas y los consuelos que suelen conceder las alegrías. A lo largo de esos jalones que son los años, ella asistirá a los temblores de una centuria excepcional: la pobreza, la miseria, la solidaridad, el machismo, la grandeza y el agridulce sendero del destierro. Una obra que, como reconoce, salió sola, igual que «La casa de los espíritus» (obra que se publicó hace ahora cuarenta años) y «Eva Luna».
En Escritor Fantasma sabemos que esta narración contaba como sustento el recuerdo de su madre, que le sirvió de «inspiración. Ella era una mujer extraordinaria, que no tuvo una vida extraordinaria, primero por el padre y luego por el marido. Nunca tuvo libertad económica. Y eso es lo que yo le regalé a Violeta. Ella es bella, es fuerte, es interesante, irónica y atrevida, con una visión de las cosas impresionante. No se queda en su clase social. Ella es una mujer independiente y no hay feminismo sin independencia económica».