Los viejos cafés

En Escritor Fantasma sabemos que de un tiempo a esta parte las ciudades van perdiendo su alma. Como aquellos cuerpos que sufren una hemorragia interna que los desangra poco a poco, las urbes dejan escapar lo que les daba identidad y las hacía únicas. Casi sin darse cuenta, pierden aquellos establecimientos de toda la vida, donde al poner los pies se palpaba la solera de la ciudad. Porque sí, la historia está en todas partes. Y esta semana lo demostramos entre taza y taza de café.

Al igual que las grandes franquicias de la moda diseñan todas las tiendas iguales, con los Cafés ocurre lo mismo: paredes de obra vista o de color piedra, mesas de madera natural y ninguna silla igual (todas desapareadas sin orden ni concierto), como queriendo imitar una estética con ínfulas escandinavas o nortecalifornianas. Son el hábitat de una clientela apagada, que pasa el rato abducida por las pantallas de sus portátiles.

En Escritor Fantasma sabemos que cuando nuestra vida era analógica y no sabíamos que significaba “free wifi”, los Cafés eran punto de encuentro. Lo escribo con “C” mayúscula como lo hacía Ramón Gómez de la Serna y como hace Antoni Martí Monterde, profesor de literatura comparada de la Universidad de Barcelona. No hay nadie en nuestro país que sepa más del Café que él, que ha sido capaz de reunir toda su sabiduría en ‘Poética del Café’ (Hurtado y Ortega eds.), un libro delicioso donde hace un recorrido íntimo para demostrar que sin esos establecimientos, la literatura europea no sería como es.