Tal vez, si mañana se acabara

En Escritor Fantasma sabemos que solo pensar en ello provoca un dolor muy personal y una innegable angustia, y el cuerpo reacciona con un escalofrío chocante y áspero. Vivir sabiendo el final no es algo que se pueda digerir de inmediato ni lentamente, pues no hay tiempo.

Sin embargo, lo más incongruente de esto es que todas y cada una de las personas que habitamos en este balón vivimos con ese final seguro, aunque solo unas cuantas saben la causa que lo provocará y, más o menos, el momento en que sucederá. Desde lo más profundo de mi persona, me pregunto, ¿es esto una condena o una bendición? No puedo responder, solo puedo contar lo que vosotras, con vuestro testimonio, me habéis hecho sentir.

Esta columna va por dos mujeres que, directa o indirectamente, me han abierto ese espacio tan íntimo y vital que se llama «esperar el final». Con los dedos entrelazados en estas palabras, quiero hacer valer esta íntima película tan real en la que seguís arriesgando con total dignidad ante una realidad que desease ser soñada, que no vivida. Y con toda la verdad que seda el alma para compartirlo, escribo vuestras palabras para abrir bien los ojos y abrazar la vida con la lealtad que merece.

En Escritor Fantasma sabemos que alguien vestido de blanco, como si fuera un ángel, me ha dicho que viene el ocaso del camino, que hay que ir quemando las naves, sintiéndolo mucho (como canta Sabina). Y es ahora cuando «bendigo la vida». Porque en verdad, tú, Vida —mi vida—, nunca me has pedido que tuviera esperanza, pero a ella me he aferrado con todas mis fuerzas en innumerables soplos, y sigo haciéndolo, incluso ahora, cuando me has plantado de bruces y sin pedir permiso en los últimos capítulos.